FIN DE AÑO
El
reloj de la torre central de la iglesia marcaba las 3 de la tarde de un día
soleado y caluroso de verano. El olor a tierra seca y pólvora, traída por el
viento desde el sur, en donde se concentraban las primeras oleadas de muerte y
destrucción del extenso frente de batalla, se mezclaba con el dulce olor a
crema y pastel horneado que se propagaba desde las chimeneas de las viviendas.
Los habitantes del pequeño pueblo sabían que la guerra había tocado las puertas
de sus casas, y por ello eran conscientes que debían preparar a sus hombres
para la extenuaste batalla y a sus mujeres para hacer frente a la adversidad de
los malos tiempos.
El
cielo de aquella tarde estaba despejado con un color azul aguamarina profundo,
con escasos hilos de nubes blancas disformes que alteraban el paisaje desolado
y mortecino del pueblo. El clima de aquella tarde le hizo recordar a Eleonor el
día que llego el comunicado oficial del monarca en el que les avisaron a las
gentes del pueblo que oficialmente el país había entrado en guerra con sus
vecinos del sur. Y que, en consecuencia, todos los hombres debían presentarse,
en un término de 3 días al cuartel militar más cercano, para recibir
instrucción en el manejo de armas, para luego ser llevados al frente.
Eleonor
fue consciente desde el principio que los hombres del pueblo jamás habían usado
un arma, incluso se atrevió a pensar que muy pocos habían tenido alguna vez un
arma en sus manos. Esto se debía principalmente a que el pueblo era habitado
por humildes trabajadores de la tierra y cultivadores de frambuesas que siempre
vivieron en paz. Pero aquella tarde era diferente porque la tranquilidad del
ambiente se vio alterado por el estallido de los cañones y el correr de las
balas, que a medida que se acercaban desde el sur, se hacían más claras y
estruendosas.
Mientras
veía la mancha de grasa en la ventana, esperando a que se cocinara la pobre
sopa de patatas viejas y vegetales rancios; Eleonor sumida en sus recuerdos, llenos
de imagines difusas de las altas y frondosas palmeras del parque del pueblo,
que siempre fueron usadas por los habitantes para refugiarse del bochornoso sol
de verano. Recordó la tarde previa a la marcha de los hombre del pueblo, cuando
el reloj de la iglesia marcaba las 3 de la tarde.
Aquella
tarde mientras ella esperaba a la sombra de uno de estos vetustos árboles, vio
caminar a la familia Jackson en compañía de sus dos pequeños hijos. Por la
entrada principal los vio acercase, refugiándose del abrazador sol entre las
sombras irregular de los árboles. El señor Jackson era un hombre de unos 35
años curtido por el trabajo de campo, un tanto tosco en sus maneras; mientras
que su esposa, la señora Jackson una mujer de unos 30 años, era ciertamente más
adecuada en sus expresiones y políticamente correcta en sus comentarios. Ellos
se conocieron de jóvenes en el pueblo, tan pronto lo hicieron se unieron en
matrimonio. Estando casados concibieron a dos hermosos hijos, una niña y un
varón.
Se
decía del señor Jackson que era un marido amoroso y un padre responsable. Sin
embargo, aquella tarde lo que parecía ser un paseo familiar, ciertamente era
una amarga despedida. Porque al igual que los demás hombre del pueblo, el señor
Jackson debía presentarse esa tarde a la salida del pueblo para ser llevado al
cuartel militar a recibir instrucción:
- ¿Por
qué tienes que ir allá a arriesgar la vida?
- Ya
te lo dije mujer. es mi deber como ciudadano del país.
- Tú
deber es con tu familia, conmigo y con los niños. Deja que peleen en el frente
aquellos que buscaron esta guerra.
- Mujer
la guerra incumbe a todos los ciudadanos de este país.
- Quizás
sea cierto, pero tu familia te incumbe solo a ti. O dime que pasara si llegas a
morir en el frete. En verdad crees que van a venir a ayudarme con la crianza de
nuestros hijos, o que por lo menos me darán alimentos para ellos. Claro que no,
porque te aseguro que, si pierden la guerra, lo primero que harán es huir a algún
sitio en donde puedan terminar sus días paz, y si la ganan, lo más seguro es
que entre ellos se repartan el botín. En realidad, los únicos que perdemos somos
nosotros.
-
Mujer
yo voy a proteger a mi familia,
- Si
quisieras proteger a tú familia, te quedaría con nosotros. Procurando que
estemos bien, que nada nos falte.
La
familia Jackson con prudencia se alejó de Eleonor, que con mirada distraída
siguió sus pasos. Entonces su mirada se cruzó con la familia Vidal y su hijo
Pol. Estos caminaban en sentido contrario a la familia Jackson, en pleno rayo
de un sol abrazador de 3 de la tarde. La familia Vidal, estaba compuesta por el
señor Pol Vidal un señor de 75 años y su esposa Irene de Vidal de 65. Pol Vidal
“junior” era un joven bien parecido que no superaba los 25 años de edad, él era
el mayor de tres hermano.
La
tarde que llego el comunicado al pueblo en el que dieron el parte que el país
había entrado en guerra, Pol Vidal “junior” recibió una carta de un militar, en
el que le ordenaban que debía presentarse a la salida del pueblo a las 5 de la
tarde. Los dos ancianos y su joven hijo caminaban por el parque con caras
fúnebre, sin saber que decir, hasta que llegaron a la fuente de agua del
parque:
-
Hijo
y no hay posibilidad alguna que no vayas.
- Querido
padre, todos los hombres mayores de 18 años deben presentarse para instrucción.
-
¿Por
qué tienes que ir tú? ¿Por qué el monarca o los generales no envían a sus hijos
a morir en el frente y lloran su perdida con valor cómo lo hacen las madres del
pueblo?
-
Madre
¿por qué me dices eso? Me hablas como si no fuera a volver a casa.
- Hijo
yo sé que si tu sales hoy del pueblo, jamás te volveremos a ver, ni tú a nosotros.
Eleonor
tenía la vista fija sobre la familia Vidal. Entonces noto que la señora Irene
de Vidal, mientras abrazaba a su hijo, dejaba caer lágrimas de sus ojos. Por su
parte el padre los veía con ojos tristes e impotentes, ante su inquebrantable
voluntad por no verse débil y dejarse ganar por el llanto. Cuando Eleonor
estuvo segura que aquello era una despedida, una sombras ubicada a su respaldo
opaco los pocos destellos de luz que se colaban entre las ramas y las hojas de
los árboles, cuya sombra la refugiaban de implacable sol de verano. Al percibir
aquello intento volver la vista; no obstante, unas manos conocidas le taparon los
ojos. Al escuchar su voz, de inmediato supo quién era, el amor de su vida
Fernando:
-
¿Quién
soy?
-
Tu
voz me parece familiar, pero mi corazón te conoce de siempre.
Eleonor
y Fernando se conocieron 2 años atrás, cuando ambos a penas cumplían los 20 y 21
años, respectivamente. Se conocieron para unas fiestas del pueblo, y desde
entonces ambos supieron que habían encontrado el amor en las actitudes y en los
ojos del otro.
Fernando,
disimulando un poco los nervios que lo invadían se sentó junto a Eleonor que
con ojos radiantes y sonrisa temblorosa lo beso con pasión. Luego ambos se
tomaron de la mano por varios minutos en un tranquilizador silencio, hasta que
Eleonor con lágrimas en los ojos y voz susurrante le dijo a Fernando:
-
Fernando,
no quiero que marches para el frente.
-
Eleonor
qué más quisiera yo que hacer gala de tu compañía.
-
Yo
sé que, si te vas hoy del pueblo, no volverás a pisar sus calles.
- Te prometo Eleonor que volveré y estaremos juntos hasta el último suspiro de
nuestras vidas.
-
Fernando,
huyamos juntos. Lejos de aquí.
-
Eleonor
hacer eso es imposible, pues es imposible huir de un país en guerra.
-
Huyamos
a las montañas o a la selva. Donde sea es más seguro que el frente.
- Si
lo hacemos, nos buscaran y lo más probable es que muera fusilado como los
cobardes.
-
Fernando
si tú vas al frente, no te volveré a ver y no conocerás a tu hijo.
-
Eleonor
me estás diciendo que…
-
Así
es Fernando, estoy embarazada.
Aquella
tarde fue la última vez que Eleonor volvería a ver a Fernando, que Pol Vidal
abrazaría a sus ancianos padres, y la señora Jackson vería a su esposo y sus
hijos a su padre. A las 3 de la tarde de quinto mes Eleonor recibió una bandera
plegada en señal que Fernando jamás volverían al pueblo.
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