LA VENGANZA

 


LA VENGANZA…

 

Escrito por: Jorge Andrés Patiño Merchán – Chacal Negro…

 

***

Cuando Helena entró en el salón, él ya estaba allí, oculto entre las sombras, preparado para hacer lo que debía… Controlaba con suma dificultad la respiración jadeante que lo acosaba, mientras la veía caminar enfrente suyo, separados por escasos metros, desconociendo que él estaba allí, detrás de las cortinas del salón, apuntándole, esperando el momento para actuar, tomando valor para cumplir con su deber. Al verla, como ocurrió la primera vez que lo hizo, sus movimientos felinos y seductores lo atrajeron con la fuerza de un imán. Helena es una mujer hermosa, de ojos azules pálidos, delgada hasta los huesos y de piernas firmes y largas como los de un flamenco. Y ciertamente esa imagen perseguía a William Cody, a donde él fuera, no dejándolo pensar con claridad. 

El olor dulce del perfume que siempre usaba invadió el ambiente solitario y oscuro del salón. Aquella noche, especialmente esa noche se veía de ensueño, resplandecía como la estrella más hermosa del cielo. En el salón de baile, entre todas las mujeres engalanadas y bien parecidas, Helena era la que más resaltaba, levantando envidia entre las damas y, suspiros y ensoñaciones entre los caballeros, que no le podían quitar el ojo de encima; pese al malestar que despertaba en sus acompañantes.  

Las manos le temblaban y la pistola con el largo silenciador le pesaba más que de costumbre. El escozor de los ojos le nublaba la vista y le impedía apuntar bien para fijar el blanco, aunque, ciertamente, la vista nublada y las manos temblorosas, no eran las causas que le impedía apretar el gatillo, como muchas otras veces lo había hecho sin titubear. La espesa saliva que se le atragantaba en la boca, le dificultaba respirar y ver con claridad, como si fueran aquellas palabras tiernas que deseaba decirle al oído a la dulce Helena. Tras una profunda exhalación que se perdió en el silencio del salón y que le ayudo a descomprimir el pecho, pudo fijar  la mirilla del arma y enfocar, con su mirada felina, acostumbrada a la oscuridad a helena que a tientas lo buscaba entre las sombras.

Se humedeció un poco los labios resecos con la punta de la lengua, calculo el tiro en su pecho, consciente de que aquella distancia era imposible fallar. En cualquier otro momento, aquella decisión no le hubiese costado el mínimo esfuerzo. Todo se resumía en un tiro letal, justo en el pecho y la chica no sufriría. No sentiría dolor.  Ni siquiera sería consciente que estaba muerta hasta el momento en que rindiera cuentas al creador. Pero, aquella no era un situación habitual, pues muchas vidas, incluso la suya, dependían de su decisión y la sangré fría que tuviera para afrontar las consecuencias de sus actos. Con desilusión, como si le pesara el arma que mil veces había cargado entre sus manos y otras tantas disparado sin remordimiento, corrió el martillo del arma y el sonido hueco del martilleo de la pistola se esparció con sutileza por el salón -clic, clic-

-   ¿Quién anda allí? -preguntó Helena sobresaltada por el ruido, volviendo con agilidad felina el cuerpo en dirección al sonido- eres tú, William.      

***

En la oscuridad sus ojos azul pálido brillaban como los ojos de un búho, que entre las sombras espera expectante el movimiento más sutil de los músculos de su presa para ponerse en acción. Helena tenía una mirada tan penetrante que incluso entre las sombras, sus hermosos ojos, proyectaban un brillo peligroso y enigmático que atraía a sus víctimas como un par de faros que atrae a los barcos perdidos en alta mar, los barcos perdidos:   

-   Así es, te estaba esperando. -respondió titubeando, mientras sentía que el corazón se le salía por la boca-

Con pasos serenos como aquella mujer que se siente segura de quién es y de lo que tiene, suficiente para atraer las miradas y suspiros de cualquier hombre, se acercó a William meneando las caderas en un movimiento hipnótico que sugerían mucho, pero que, dejaban todo a la imaginación. Con premura, William guardó el arma en la pretina de sus pantalón, al tiempo que ella, con sutileza y descaro, de manera sugerente y existente, le pasaba su mano diestra por el contorno del cuello de la camisa, bajándola con descaro por su pecho hasta rozarle la hebilla del pantalón:

-      Lo noto nervioso señor Cody -dijo la mujer con un tono sarcástico y burlón-

-   ¿Tendría que estarlo señorita Watson? -preguntó con una voz notablemente, nerviosa, aunque intento disimular los nervios lo mejor que pudo-

-       Si no teme al peligro, no tendría por qué estarlo -respondió mientras le ponía los labios cerca al oído para que sintiera su aliento fresco, dejando al tacto sus delicados senos-

-      No se equivoque señorita que el que teme quemarse no juega con fuego -dijo con la voz un poco excitada, verdaderamente, esa mujer despertaba todos los deseos de aquel hombre que pensó haberlos complacido todos-

-   ¿Quién dijo que me voy a quemar? -le respondió Helena en un susurro casi inaudible-

Como un animal rabioso, Helena saltó a los brazos de William, y se enfrascaron en un beso tan apasionado y profundo que pareció que la intención de ella estaba más encaminada a arrancarle la carne de los labios que a besarlo por deseo. Pasados escasos segundos, la mujer lo retiró con sutileza y volvió sobre sus pasos, dejando a William con aquel sabor frutal de su labial y el desespero de querer probarlo de nuevo, con tal fuerza que, le terminara de despedazar los doloridos labios.

-      No olvide su máscara señor Cody. Nos vemos en el salón de baile -mencionó al tiempo que se ponía el antifaz que escasamente le cubría el rostro-

-      No se preocupe señorita que todos, llevamos una puesta.

Cuando William Cody pudo recuperar la respiración y volver en sí, tomó su antifaz, se cubrió el rostro y salió del cuarto solitario en donde se guardan los instrumentos polvorientos, para bajar en dirección al salón de baile. Mientras bajaba la escalera, del otro lado del salón, los ojos frívolos y amenazantes de la bella Emperatriz Watson, cuya maldad la disimulaba con sutileza detrás de una sonrisa bondadosa y angelical, se le clavó como agujas en el pecho. Estaba con un hombre mayor, bien parecido y elegante. Anfitrión de la fiesta y legítimo propietario de la mansión en la que se encontraban y de todo cuanto tenía que ver la adinerada familia Watson. El tiempo siguió su curso, al ritmo de la música del salón de baile que entre sus notas alegres ocultaba el ambiente tenso y el aroma a muerte que inundaba el lugar. 

***

Atravesado por agujas ponzoñosas e intimidantes, William Cody cruzo el salón de baile a toda marcha, hasta alcanzar el balcón de la terraza del onceavo piso del edificio en donde se conmemoraba el cumpleaños cincuenta del acaudalado y poderoso industrial John Watson. Hombre de negocios desalmado, cuyo capital era el producto de una suerte de traiciones y competencia desleal con sus socios y amigos que le procuró un crecimiento vertiginoso en la industria del metal. Al salir, el viento frío de la noche, le hizo bien. Hizo que William Cody pusiera los pies sobre la tierra, después de cavilar entre nubes oscuras y una tormenta inevitable. 

Con las manos temblorosas, William intentó encender un cigarrillo, no obstante, el taconeo incesante que provenía del corto pasillo que separaba el salón de baile con el balcón lo puso en alerta, haciéndolo desistir de su intención. Al levantar la vista vio que era ella, Emperatriz Della Watson, acercándose con parsimonia y elegancia, con el paso propio de una reina que pese a no tener la corona se siente dueña de ella.

Emperatriz Della Watson es una mujer joven que no supera los treinta y cinco. De contextura delgada y bien definida que le da un atractivo especial, como si hubiera nacido con el corte de la realeza. Con rasgos tan finos y delicados, que le daban la sensualidad que muchas mujeres, incluso más jóvenes, deseaban para ellas. Pero, más allá de su innegable atractivo físico, aquel rostro angelical y cuerpo envidiable, despertaba lujuria, y ciertamente, como amante pocas la podían superar. Al igual que, pocos podían superar esa oscuridad, melancolía y malicia que ocultaba detrás de su rostro angelical:

-    Señor Cody, veo que ha incumplido su parte del trato -dijo la mujer al tiempo que sacaba de medio de su escandaloso y lujurioso escote un encendedor, el cual encendió y acercó a su anfitrión para que encendiera el cigarrillo que aún sostenía en los labios-        

-      No he incumplido mi obligación… -alcanzo a decir antes de que la emperatriz le pusiera con sutileza el dedo en la boca para callarlo-

-     Shhh… -dijo la mujer y los ojos y los dientes le brillaron entre la escasa luz como los de un asesino cuando encuentra a su víctima- Señor Cody no me obligue a hacerle cumplir su palabra -le dijo la mujer mientras le introducía entre las manos una antigua camándula de madera, con tal frialdad que le heló el cuerpo a William Cody pues jamás imaginó que ella lo tuviera- porque créame que se arrepentirá - Al hacerlo le beso en la boca con sus labios fríos y mortecinos dejándole un sabor tan desagradable que quiso vomitar-

Helena, mientras conversaba con uno de los invitados de su padre, un tipo bajito, aburrido y poco agraciado que por años la llevaba cortejando, vio caminar a William en dirección al balcón, casi al tiempo que la Emperatriz lo seguía. Cuando pudo, por fin, librarse de la insistencia del hombre, se acercó al balcón y allí le pareció ver que la emperatriz besaba al hombre. Aunque no estaba segura, pues el balcón estaba oscuro y ella de espalda, dificultando la visión:

-      ¿Qué ocurre? Preguntó Helena

La emperatriz con el cinismos y la frialdad que la caracterizaba, volvió el cuerpo y se paró frente a Helena:

-    Nada querida -dijo la mujer mientras remontaba la distancia que la separaba con Helena- Ya sabes como soy. Me preocupa el estado de nuestros invitados

Aquellas palabras, si hubiesen salido de labios de otra persona, Helena las hubiera creído, sin mayor duda. Pero, creía conocer a la emperatriz y sabía que eran falsas. Para otra persona puede que sonaban verdaderas y honestas, sin embargo, no convencieron a Helena, pues sabía que la Emperatriz, era una mujer que nadie, aparte de sí misma, en verdad parecía importar. Mientras le clavaba su mirada, de ojos profundos y penetrantes, en los ojos dubitativos de William; Helena sintió en el cachete un beso frío y húmedo de la emperatriz que la tomó por sorpresa. Dejándola casi paralizada. Fue un beso tan frío y desagradable que, Helena, lo sintió como el mismísimo beso de la muerte, que la hizo estremecer: 

-      Te dejo con nuestro invitado -le dijo casi al oído la emperatriz a Helena- para que disfrutes de su compañía -y al hacerlo sintió un tono sarcástico en su voz que le hizo pasar un fuerte calosfríos por todo el cuerpo, pues aquello parecía ser más una amenaza disfrazada que un legítimo deseo- 

Cuando la emperatriz remontó el camino y salió del balcón bajo la mirada pálida y escrutadora de ellos; Helena por fin se acercó al borde del balcón en donde William permanecía inmóvil. Al tomarle de la mano, Helena descubrió que William, sostenía un crucifijo sujeto a una camándula de madera:

-      ¿De quién es? -preguntó Helena sorprendida y curiosa-

-   Era de mi madre -respondió William con frialdad, aunque en su tono de voz se escondía una leve preocupación y profundo miedo-


***

Temprano en la mañana, incluso poco antes de que aclarara el día con los primeros rayos mortecinos de la mañana, William Cody despertó agitado y sudoroso después de tener una noche pesada y turbulenta. A su lado, recostada en su pecho velludo, dormía plácidamente Helena, manteniendo una expresión tranquila y un sueño tan liviano que en nada se parecía al que él mantuvo. Y como no estaría Helena Watson durmiendo profundamente, si la noche anterior, como otras tantas noches, desde hace poco más de dos meses, cuando se conocieron en una fiesta gracias a la ayuda e intervención no desinteresada de Emperatriz; la pasión y excitación desbordo a la mujer. Haciendo que en medio de las noches de sexo se comportara como un ser insaciable que no distinguía límites.

Ciertamente, William Cody, como cualquier galán de su época, podía hacer gala de la suerte que tenía con las mujeres, pues en sus treinta años, tuvo la oportunidad de visitar varias camas, todas con mujeres distintas y hermosas que cumplieron todas sus fantasías. Pero Helena… era una mujer sacada de cualquier molde. Una belleza exótica que lo llevó al punto máximo de su clímax y status de galán, para llevarlo a cumplir todos aquellos deseos y placeres lujuriosos más profundos que, incluso él, desconocía tener.  

Con el primer rayo de sol de la mañana, que logró colarse por entre las cortinas de la habitación de William Cody que, llevaba despierto desde muchos antes del alba, permaneciendo sumergido pesadamente en sus pensamientos, debatiéndose entre el cumplimiento del deber y el deseo que le despertaba Helena; intentó levantarse de la cama con un movimiento liviano, para no despertar a la muchacha que yacía dormida en su pecho tranquila. No obstante, con el primer movimiento que intentó, la mujer despertó del ensueño, clavándole a William Cody esa mirada penetrante, hermosa, y desconcertante que le removía cada fibra del cuerpo y le desgarraba el pecho como una sarta de puñales que se le clavaban en su frio corazón, causándole daño, pero a la vez, llenándolo de vida:

-     ¿Para dónde vas? -preguntó la mujer, con una voz tan clara y tranquila que daba la impresión de que llevara horas despierta-

-      Tengo cosas por hacer -respondió el hombre rebuscando una coartada para no llamar la atención -

-       Pero si es domingo -respondió la mujer, al tiempo que le pasaba la mano por los hombros y la espalda en un ademán cautivador y sugerente que le puso la piel de gallina-

-      Un hombre de mundo siempre tiene algo por hacer -respondió al tiempo que se ponía en pie, huyendo del deseo casi irreprimible de quedarse allí. Dando largas zancadas recorrió el espacio que separaba la cama del baño. Al entrar cerró la puerta y la ajusto con el corazón exaltado. En el lavado vio la cuchilla de afeitar y pensó que, en el dulce cuello, el filo cortaría su garganta como un cuchillo caliente a la mantequilla-

Desde la cama, somnolienta por el profundo sueño y aún exhausta por el esfuerzo físico de la faena de la noche anterior, Helena escuchaba la caída del agua caliente y el tarareo de William. Mientras buscaba el encendedor de su hombre en una de las gavetas de la mesa de noche, Helena percibió un haz de luz que se refracto de un objeto metálico, como si, aquella cosa le estuviera guillando el ojo y le pidiera que fuera a su encuentro. Con sorpresa descubrió que aquel objeto, era una pesada pistola negra con silenciador, que reflejaba el brillo mortecino de la mañana en un ademan amenazador. Como si le estuviera advirtiendo que hullera de allí, antes de que todo saliera mal. Un arma se tiene para usarse, sino es así, no tiene sentido empuñarla. Recordó H0elena que le dijo su padre alguna vez. ¿William Cody en contra de quien empuñaría esa arma? Se pregunto y un escalofrío le recorrió el cuerpo desnudo.  

Nerviosa siguió hurgando en la gaveta, consciente de que William, seguía en el baño y que el agua seguía cayendo sin pausa. Con esfuerzo puso el arma sobre la mesa y siguió escarbando hasta dar con una pequeña caja de madera, cerrada con llave, la cual tuvo la fortuna de encontrar allí mismo en la gaveta. Fue entonces cuando en el interior de la caja encontró una llamativa carta, escrita a mano en un papel de seda, cuyo olor le pareció familiar. Era un aroma dulce, de un perfume que no lograba recordar quién lo usaba. Cuando por fin abrió la carta, estaba escrita con una hermosa caligrafía que le hizo recordar haberla visto antes. Sin perder tiempo, Helena la leyó:

“Señor Cody, la señorita Helena lo estará esperando en el punto acordado, yo estaré junto a ella, pendiente a su arribo, basta con que me salude para ponerlo en contacto con ella. Lo demás depende de usted y sus habilidades. Quiero un trabajo rápido y limpio. Recuerde que de este trabajo depende su vida. Quiero un trabajo bien hecho. No olvide que, con la misma premura que le puedo mejorar la vida también, se la puedo hacer la vida un infierno.” E. W.

Absorta por lo que acaba leer, Helena elevo la cabeza en un gesto de recordar quien era la dueña de aquella caligrafía y de aquel olor familiar; no obstante, no solo, no lo recordó, sino que estuvo a punto de ser descubierta, cuando William Cody abrió la puerta del baño. La fortuna estuvo de su lado, porque el hombre ajeno a lo que estaba pasando, salió con la cabeza cubierta, dándole el tiempo suficiente a Helena para volver las cosas a su lugar. Al verla William, la noto agitada:

-      ¿Pasa algo? -preguntó el hombre, aun sosteniendo la toalla en la cabeza con la que se secaba el pelo-

-     Para nada -respondió la mujer, tratando de ocultar los nervios y tranquilizar la respiración agitada-   

   Luego de observar a la distancia el cajón de la mesa, que no parecía haber sido molestado, William se acercó. Sin embargo, cuando lo hizo, el aroma a perfume le ayudó a intuir que las cosas no estaban bien como Helena se lo quería hacer creer ¿Había sido descubierto? No estaba seguro de ello. Pero lo que si sabía con certeza es que, en el ambiente fresco de la mañana, aún se percibía el maligno aroma del perfume Emperatriz Della Watson. 

***

Con el paso de los días Helena, gradualmente, se fue alejando de William Cody, lo que desconcertó aún más a una persona cuya personalidad controladora, posesiva y dominante, lo inducía a querer tener bajo su control las situaciones, personas y cosas que transcurrían a su alrededor. No obstante, Helena es una mujer diferente a las demás, y eso exasperaba a William Cody. Ella es un enigma difícil de descifrar para un galán como Cody que siempre sabía qué decirles a las mujeres hermosas y cómo complacerlas. Sin embargo, Helena Watson nunca fue una mujer fácil de convencer y eso traía loco a William Cody, que vio con impotencia como sus gestos, palabras y acciones nunca fueron suficientes para atraer a Helena hasta los hilos de su red seductora e impedir que escapara dado que, con la misma facilidad que, en apariencia, había entrado a su trampa, se escabullo sin dar marcha atrás. Dejando al gran hombre en una pieza. Envuelto en una maraña de impotencia, ira frustración y pasión que no conocía. Cody que era astuto y persuasivo que siempre mantuvo el control de la situación. Pero lejos de eso perdió el control e intuyo que la causa de ello fue, una consecuencia del cambio de rol que se vio forzado a vivir. Ahora se sentía indefenso, vulnerable e irritado. Deseando con pasión a una mujer que lejos de extrañarlo, se mostraba indiferente. El cazador estaba en peligro de ser presa.

Helena, al igual que William Cody, mantenía una actitud dominante, despegada e indomable que, no se dejaba disminuir por una personalidad tan arrolladora como la de esté, pero que tampoco necesitaba de la compañía y adulación de nadie para sentirse bien como si le pasaba a Cody. Pues ella, al ser libre como el viento, decidía a voluntad cuando y como despertaba las llamas del corazón más frío casi hasta calcinarlo, para luego alejarse sin contemplaciones y dejar en su lugar un puñado de cenizas ardientes que mueren de deseo por volver a arder en las llamas de la pasión. Precisamente, eso que tanto odiaba William Cody, fue lo que más lo atrajo a ella, lo que le resulto irresistible, casi adictiva de la compañía de Helena. Alguien acostumbrado al frío, el calor no le fue indiferente.

Por días, en los que Helena no dio señales de vida, William Cody permaneció oculto en una habitación de hotel evitando al máximo el contacto con otras personas. En especial con la Emperatriz que desesperada lo buscó por toda la ciudad sin tener señales de su paradero.

Entre tanto, William Cody que, se mantenía encerrado en una habitación de hotel, devastado y colérico por el desplante, nunca antes vivido, esperaba en silencio y completo aislamiento autodestructivo, encontrar algo, aunque no fuera consciente que buscaba con precisión. Si acaso era la compañía de Helena, su propia muerte, o conseguir el odio suficiente que lo llenara de motivos suficientes para encontrar el valor que le faltaba para asesinarla. Comía poco, bebía en exceso, evitaba la luz solar cerrando las persianas de la habitación del hotel y los pocos empleados que tuvieron contacto con él, más que todo, porque le sirvieron alguna bebida o le llevaron alguna esporádica comida, lo veían irreconocible. Casi como un espanto, vestido con ropa andrajosa y sucia, sin ducharse, despeinado y pálido, al punto de parecer enfermizo.

Sobre la media mañana de un viernes opaco, frío y lluvioso; William Cody, escucho el sutil llamado de la puerta. Alertado por el inesperado toque, Cody pego un salto en la cama y de la mesa de noche tomo la pistola con el silenciador que mantenía escondida desde su último encuentro con Helena. Con la respiración agitada, pero con el pulso firme se acercó a la puerta. Por entre el vitral de la puerta, observo a un joven de cabello rojizo y rostro sonrojado, parado del otro lado, sosteniendo una carta. Con desconfianza William Cody abrió la puerta lo suficiente para recibir la encomienda y dar una merecida propina al joven que al verla le sonrió sutilmente, para luego marcharse. Cerrando la puerta con desconfianza, Cody abrió la carta:

“Señor Cody, me sorprende la facilidad con la que se esconde, pero no tuvo algo en cuenta: esta es mi ciudad y el aire que usted respira, al igual que el agua que bebe, es de mi propiedad. Y como sé que, su miserable vida me pertenece, me dispongo a hacerle saber mis deseos. En esta hoja encontrará la dirección de su próxima víctima, la cual estará a su alcance en los próximos días en horas de la noche. E. W”

El maldito olor que desprendía la carta le causó náuseas. Sin embargo, cada una de las palabras escritas, eran ciertas. Su vida no era suya, en realidad, pertenecía a alguien más, a las personas que lo habían educado para ser eso. Convirtiéndole en un arma eficiente y diestra en el arte del homicidio selectivo y del engaño.  

Los días trascurrieron lentos, y así como William Cody, se hundió en el pozo de la desesperación, así mismo salió, casi de la nada. Con un profundo odio en el pecho que le hería. Como un cuchillo alojado en el corazón que, lenta y dolorosamente, se le va enquistando, quitándole la respiración y finalmente la vida. Convencido de que nada le haría cambiar de parecer, consumido por la oscuridad y la melancolía de su ser, el viernes siguiente se acercó a la ventana norte del edificio Boulevard, que le brindaba una panorámica perfecta.  

Con paciencia, como un diestro francotirador, Cody esperó a su víctima. Fue una larga espera que lo lleno de un odio irracional que fuera alimentado por la imagen fugaz que le llegaba de Helena, que no podía eliminar de su cabeza. De su sensual cuerpo y su enigmática mirada. Muchas personas pasaron por la mirilla de su rifle y, aunque deseo disparar, tan solo por descargar su ira contra cualquiera, aguardo el momento y la personas adecuada para hacerlo.

Transcurrieron varios minutos de tensa calma, en los que vio el rostro de Helena en cada Rostro, cuando por fin, cerca de las diez de la noche, apareció el auto que traía a bordo a su víctima. Desde el visor de su rifle de precisión, William Cody vio al sujeto bajar del auto. Era alto y apuesto, de unos cincuenta años. Bestia un esmoquin negro, lucía un peinado de medio lado que lo hacía ver joven pese al pelo cano y la barba blanca. A su lado, agarrado de gacho, lo acompañaba una mujer joven y hermosa de rasgos finos y tez blanca, tocada por un sombrero y un labial rojo encendido, como la sangre.

Dubitativo apuntó a la mujer, cuyos ojos se ocultaban detrás del sombrero, hizo el ademán de disparar, pero no se atrevió a hacerlo. Luego, apuntó al hombre que la acompañaba. Sin dudarlo por un instante, sin sentir remordimiento o que el pulso le temblara, disparó una única vez. Fue un tiro limpio que le atravesó el pecho al pobre hombre, sin darle tiempo de nada. Rodeado de un charco de sangre el herido intento ponerse en pie. Bastarían pocos segundos para que, el apuesto caballero, exhalara el último aliento. Ahogado en su sangre, finalmente murió. Una sensación de satisfacción por una venganza deseada lo acompaño por un instante, pero sabía que aquello lo acercaba un paso más a su propia muerte.

Los dos guardaespaldas que escoltaban al caído rodearon a su jefe en búsqueda del tirador. Al tiempo la mujer que lo acompañaba se lanzó de suelo de rodillas a llorar al muerto. Al ver la escena, Cody supo que todo era un vil montaje, planeado por aquella mujer.   

***

La muerte de John Watson, padre de Helene, asesinado de un disparo a la entrada de un distinguido restaurante, fue una suceso de connotación nacional. Pero más allá del morbo que genero el crimen, aquel acontecimiento funesto, destrozo la vida de Helena que veía a su padre como un hombre carismático y cariñoso, entregado a su familia. Un hombre ejemplar, pese a los comentarios ponzoñosos que la gente, entre los pasillos, rumoreaba en voz baja. Cierto era que, no se distinguía por ser un hombre amplio que regalaba su fortuna sin deparar en el benefactor, pero al igual que cualquier otro, también tenía sus momentos de bondad y un corazón carismático que no negaba su ayuda cuando la causa era justa. John Watson tenía tanto de bueno como de malo. Helena Watson entendía que una fortuna como la de su padre despertaba envidias, recelos y venganzas, pero ¿Aquellos eras motivos suficientes para ordenar muerte? Algo no la dejaba descansar tranquila.

John Watson siempre fue bueno para los negocios y eso le hizo llegar a donde se posiciono. Era una persona fría y calculadora, en cuanto su negocio se refería, por lo que no tenía benevolencias o reparos cuando debía actuar y ponerse primer lugar, por encima de los intereses o necesidades de cualquier otro. Pero más allá de eso, Helena no concebía una razón válida que justificara la muerte de su padre. Aunque a ella nunca le intereso, su padre siempre le dijo que, él era un lobo dentro de un corral de ovejas y como tal actuaba. No era injusto o justo, cruel o benévolo, simplemente era un hombre de negocios que velaba por su familia y por sus rentas.   

Por lo mismo, Helena no podía concebir ¿Cuáles fueron las razones que motivaron su muerte? ¿Quién estar detrás de aquel homicidio? se preguntaba entre lágrimas, porque si bien, su padre no era de los afectos de mucha gente, tampoco concebía que alguien, quisiera hacerle daño por cualquier motivo. Helena estaba segura que detrás de su muerte, se movían cientos de tiburones que esperaron el momento de atacar hasta que, guiados por el olor a sangre, lo hicieron. Evidentemente, aquella muerte no era circunstancial, sino un plan bien elaborado y ejecutado por una mano experta. Por lo mismo, Helena intuía que aquella mano tenía un interés muy bien definido, pero ¿Cuál era? Seguramente el tiempo le daría la respuesta.

Mientras tanto su corazón permanecería destruido y convaleciente. Tratando de rearmarse de los pedazos que le quedaban.

Tres días después de la muerte de su padre, en una ceremonia privada, se llevaron a cabos las exequias fúnebres de John Watson, en el osario de la familia Watson, lejos de los focos de la prensa y del morbo de la gente. El selecto grupo de personas que acudió, soporto durante la congregación, un viento gélido que golpeaba con fuerza en sus rostros, provocando un leve dolor en la piel de los asistentes.

Entre tanto, varios asistente que, en su mayoría no paraban de tiritar a causa de la brisa gélida, empezaron a rumorear que desde hacía muchos lustros atrás, no presenciaban un invierno tan crudo como ese que los mantenía envueltos en ropas de invierno, pesados abrigos de lana de oveja y gorros acolchados de piel de castor. Alguna tiempo pasado la ciudad fue azotada por un invierno parecido, pero aquella época resultaba tan lejana en la memoria de los asistentes que muchos creyeron que no volverían a presenciar algo parecido. Nuevamente se equivocaron y la todo poderosa naturaleza se volvió a imponerse sobre la ciudad para desconsuelo de todos. Muchos deseaban el paso del tiempo para marcharse y no volver. A fin de cuentas, un muerto no sentía.  

Pese al dolor y al frio, la única que no compartía ese sentimiento era Helena quien, relegada a un segundo plano, por culpa de la histeria de su madrastra Emperatriz Dela Watson; lo único que deseaba en ese momento, era que el tiempo se detuviese, para no verse obligada a desprenderse del cuerpo de su padre y conformarse con su imagen dibujada en lo profundo de sus recuerdos. 

Helena acudiendo a la resiliencia, voluntad y carácter fuerte que la caracteriza, se mantuvo serena y tranquila. Perdida en un mundo ajeno al suyo. Lejos de los acontecimientos que tenían cabida a su alrededor. Como si su cuerpo estuviera presente, pero su mente perdida en el tiempo. Divagando entre universos extraños y poco claros. Presenciando, sin ser del todo consciente, la escena trágica, montada por su madrastra, once años mayor que ella, junto al cajón donde estaba su padre. Si hubiese estado de mente presente, al igual que los demás asistente, aquel acto dramático y visiblemente falso, digno de una mala actriz de reparto, se le hubiese hecho grotesco e innecesario. Sin ser consciente, aquella imagen dispersa y difusa, se quedaría en su mente.    

Culminada la ceremonia fúnebre, llena de prejuicios e incomodidad, la mayoría de asistentes, se marcharon a toda prisa del lugar, como si el mismísimo espectro de John Watson los hubiese sacado corriendo, al hacer una aparición inesperada. En el cementerio, aparte de Emperatriz Dela Watson, algunos invitados y de Helena, la presencia oscura e hipnótica de William Cody, aquel hombre alto y bien parecido que, observaba desde la periferia lo acontecido; con miraba penetrante y un gesto de desprecio, se impuso sobre la presencia de los demás. Generando tal impacto y nerviosismo en los asistentes, que muchos fueron renuentes a acercarse más de lo estrictamente necesario, otros incluso evitaban verlo a los ojos, pues al hacerlo, experimentaban un vacío en el estómago que solo se siente cuando tienen miedo de caer en un pozo profundo y oscuro que no parece tener fin. Un pozo en donde lo único que pueden encontrar es rabia apenas contenida y muerte.  

Helena se encontraba sola al lado de la tumba de su padre, mientras su madrastra se encargaba de despedir a los asistentes con una compostura y tranquilidad tan inusual que sorprendió a todos. Pues no era el estado de ánimo que se esperaba de una persona que acaba de perder a un ser tan amado, por el que casi se rasgó las vestiduras y derramo toda su provisión de lágrimas en menos de una hora.

Helena se encontraba tan ausente en sus pensamientos y recuerdos, evitando no llorar que no notaria eso. Sin embargo, la mirada penetrante de William Cody que, se le clavo como cuchillos en la piel la obligo a volver la mirada. Al hacerlo, se dio de bruces con Cody, parado a escasos centímetros de ella, inconscientemente la agilidad y el sigiló con el que se movió Cody la sorprendió, pues pese a su altura y languidez, se movía con la soltura de un felino.

Tan intensa era su mirada que Helena se incorporó de su estupefacción y aterrizo al momento presente, con un leve nerviosismo que le helaba la piel. Helena que estaba acostumbrada a sostener la mirada, sintió que aquellos ojos que destilaban un brillo tan malvado que parecía que la quemaba, y ella que, pocas veces se obligó a cortar la mirada y bajar el rostro, tuvo que hacerlo. Pero mientras lo hacía, no pudo evitar sentir que la mirada de aquel hombre, le había herido con la violencia de un mazazo.

Con sutileza William Cody la tomo de la mano y le dio las condolencias. Por alguna razón que ella no se pudo explicar, a Helena le parecieron que las palabras de Cody eran falsas, tanto como el sufrimiento que gritaba a los vientos su madrastra. Tal vez era por el brillo de sus ojos que inconscientemente exteriorizaba la maldad que escasamente contenía en su ser y la oscuridad que inundaba su alma marchita. Sin embargo, lo que más le llamo la atención a Helena fue la frialdad que sintió en sus manos y la insensibilidad que reflejaba el tonó de su voz. Ella vio en ese Cody a un hombre que nunca conoció:  

-      Gracias por las palabras y por acompañarme en estos momentos -dijo la mujer esbozando una mueca forzada y soltándose de la mano de Cody pues la sentía pesada e incómoda-     

-      Cuídate de los que te rodean -respondía finalmente Cody, dándose cuenta del sutil desprecio de Helena-

-      ¿De qué debería cuidarme? -dijo la mujer levantando sutilmente la mirada para enfocar los ojos de Cody-

-    Muchas veces los enemigos están más cerca de lo que uno se imagina -dijo Cody, al tiempo que sacaba de su bolsillo una camándula envuelta en un trapo rojo- Era de mi madre, pero siento que te será más útil.   

Helena trato de sostener la mirada, pero debajo de ese sombrero negro que llenaba de sombras el rostro de Cody, solo encontró un resplandor de eso ojos maligno y una mal fingida y socarrona expresión que la lastimaba. Que le doblegaba aquella fortaleza que siempre la caracterizo. Era odio y desprecio lo que sentía por aquel sujeto del que se alcanzó a enamorar. No obstante, no entendiera que diantres le ocasionaba ese complejo sentimiento en su ser. Cuando, finalmente, William Cody se despidió, vio en él una mueca retorcida e intimidante que le hizo helar la sangre. No supo por qué, pero aquel encuentro le hizo pensar que su vida corría en peligro.   

***

A medianoche llego al campo santo provista de picos y palas. Después de cavar durante dos horas el ataúd quedo a la vista. Cuando descerrajo la tapa descubrió que el cadáver había desaparecido. Con el sudor aun cayéndole por el rostro, pese a ser una noche fría que amenazaba tormenta, y las manos llenas de ampollas por el trabajo físico al que no estaba acostumbrada, escucho un leve crujido de hojas secas; al tiempo que un martilleo conocido, le hizo voltear en dirección al lugar del que provino el sonido. Entre las sombras, ubicada a pocos metros, pudo reconocer la silueta de su verdugo. El juego había terminado…

Tiempo atrás, la muerte de John Watson, supuso varios retos para la familia. Uno de esos retos estuvo relacionado con la investigación judicial que se adelantó para esclarecer la muerte, la cual fue arrojando verdades inesperadas e incomodas de la familia Watson. Pero ninguna de aquellas verdades daba una pista concreta que, ayudara a las autoridades a desenmarañar el motivo que había detrás del crimen del señor Watson, más allá de algunos indicios, hipótesis no del todo fehacientes o demostrables y varios sospechosos que mantuvieron una coartada difusa, pero imposible de desvirtuar.   

Lo cierto era que, para Helena Watson, estaba muy claro quién había sido el autor intelectual del crimen y cual había sido la principal razón para mandar ejecutar el plan que resulto en la muerte de su padre. Solo faltaba una pieza del rompecabezas: saber por qué, el autor material decidido confesarle la verdad.

Sinceramente, en un principio, bien fuera por el dolor y el duelo que atravesó por la muerte de su padre, Helena no entendió el panorama que se le pintaba enfrente, pero cuando empezaron a ocurrir cosas sorprendentes e inesperadas, los cabos se fueron atando y las cosas empezaron a tomar forma. La primera de las piezas que se encajó ocurrió cuando su madrastra o mejor fuera dicho, la amante de su padre, escasos años mayor que ella, Emperatriz Dela Watson, cuyo verdadero nombre es Emperatriz Dela Dupont, la suplanto e intento cobrar unas cuantiosas sumas de dinero que su padre John Watson, dejo tiempo atrás a su nombre. Desconociendo a Helena como hija.   

Posterior a eso, Emperatriz Dela Watson, le negó la entrada a la mansión Watson a Helena. Apropiándose a la fuerza de aquel patrimonio construido por su padre y que mantenía seguro en la mansión. No con eso, y aun desconociendo los alcances de la ambiciosa amante de su padre, una noche de enero, transcurridos escasos meses desde homicidio; ordeno secuestrarla, asesinarla y desaparecerla. Algo que no tenía previsto. Quizás una jugada arriesgada que, de resultar, sería la jugada maestra que adornaría con una encendida cereza el pastel. La jugada de jaque y mate más esperada…

Aquella noche Helena salió de su oficina sobre las nueve de la noche. No recordaba ningún otro día en el que sus obligaciones le hubiesen demandado tanto tiempo y que no pudiera postergar, a fuerza de ser sancionada. Extenuada del largo día de trabajo, se dirigió al parqueadero, casi arrastrando los pies de cansancio y con los ojos ardiéndole por el esfuerzo de mantenerlos abiertos, cuando fue abordada por un sujeto del que no noto su presencia y tampoco escucho sus pasos, en uno de los pasillos más oscuros y solitarios del parqueadero. El hombre vestía traje negro y sombrero oscuro que le cubría gran parte del rostro. Sin poder resistirse ya que el sujeto la tomó desprevenida, sin siquiera darle tiempo de reaccionar o entender que estaba sucediendo, la agarró con fuerza de la cintura para que no pudiera escapar y a fuerza de pistola, cuyo cañón le clavaba en las costillas desde la parte interna del gaban que lo protegía del frio, la obligo a subirse a una furgoneta tipo panel que, a los pocos segundos, apareció y abrió sus puertas para permitir el ingreso.    

Dentro, de inmediato le cubrieron los ojos, la amordazaron, amarraron las manos y los pies, y llevada a un lugar desconocido en completo silencio. Las lágrimas y la desesperación la empezaron a invadir, pues resulto ser cierto lo que le dijo William Cody en el sepelio de su padre, los enemigos estaban más cerca de lo que ella se imaginaba. Estaban al interior de su supuesta familia. Dentro del coche le pareció ver tres sujetos más: el que conducía, el que abrió la puerta y aquel que la obligo a subir ¿Qué haría ella sola, disminuida y desarmada ante tres asesinos armados y adiestrados? Helena, se sentida como un pajarito pequeñito e indefenso entre las garras de un águila que la lleva a un nido llena de aves rapaces que sin el menor esfuerzo la podían despedazar.

Dentro del vehículo nadie hablaba o hacía ruido. Tan solo se escuchaba el sonido del viento en la parte exterior y del motor del auto que no detenía su marcha. Era imposible calcular el tiempo exacto en esas condiciones, pero a Helena se le hacía que, por lo menos, llevaba metida ahí, más de treinta minutos. Andando sin saber a dónde iba a parar o que ruta tomaron. Las lágrimas siguieron rodando por sus mejillas, empapando de a poco la mordaza de su boca, cuyo sabor se tornaba cada tanto más salado. Situación que le dificultaba aún más respirar.       

Finalmente, luego de un interminable, difícil e incomodó camino de herradura, por fin se detuvo el auto. Como un pajarito herido y disminuido, Helena fue llevada en hombros por una de las inmisericordes aves hasta un cuarto frío, húmedo y en apariencia oscuro, aunque no le quitaron nunca la venda.

Los segundos se hicieron minutos, y estos en horas. No tuvo que esforzarse mucho para saber toda la verdad, porque antes de morir, en manos de quien fugazmente se enamoró, se la terminaría contando. Tres estruendosas detonaciones rompieron la calma y el silencio se apodero del lugar… 

***

Emperatriz Dela Watson, se encontraba encerrada en la mansión del difunto señor Watson, celebrando el último gran acto de su macabro plan para adueñarse de la fortuna Watson. El primero consistió en metérsele por los ojos y enamorar a John Watson, manipularlo, aislarlo de la familia y amigos, para que ella pudiera ejercer el poder sobre su voluntad y así, irse adueñando de su fortuna gradualmente. Pero resulto que el señor Watson, resulto ser más difícil de manipular de lo que pensó. No obstante, eso no impidió que modificara su plan. El problema con eso fue que, la legitima heredera la fortuna Watson, Helena, que tenía una fuerte influencia y una inquebrantable relación con su padre, se interpuso en sus planes.

Para eliminar de raíz ese problema, Emperatriz D Watson, ideo un aterrador plan en el cual, su hombre de confianza, asesino a sueldo y criado de la familia Dupont: William Cody, un hombre joven y atractivo con un encanto natural para conquistar a cualquier mujer; maldad y sangre fría sin precedentes, enamoraría a una atractiva y joven Helena, hasta llevarla a la perdición. Emperatriz sabía que de otra manera seria difícil llegarle a la desconfiada y segura Helena Watson, cuyas precauciones y vida social restringida, no la dejaban vulnerable. Pero de llegar a enamorarse de su criado y asesino de confianza, el que hiciera ese trabajo por años de ella y de la familia Dupont; luego de entrar en sus sabanas el siguiente paso a la tumba estaba dado. Con lo que nunca conto fue con que, el mismísimo Cody, aquel hombre que su familia y ella misma entrenaron por años para mancharse las manos de sangre y hacer el trabajo sucio, terminaría enamorándose de Helena. Algo que complico su plan.

William Cody, era un asesino de sangre fría que desde niño fue criado por la familia Dupont. Una conocida y temida familia de mafiosos cuyos, años de apogeo y terror habían pasado en un época pasada, antes de la muerte del padre de Emperatriz y sus dos hermanos, que siguieron la senda del crimen, aunque con menores logros. Relegando la familia a una distinción menor en el mundo del crimen. William Cody, fue recogido por Frederick Dupont, a los escasos cinco años, luego de que la madre de esté, fuera violada y asesina por miembros de una pandilla rival. Con tan buena fortuna que el indefenso niño fue salvado por el patriarca y acogido en el seno de la familia mafiosa y criado como un miembro más.  

Frederick Dupont a lo largo de la vida de William Cody le enseño todo cuanto debía saber un asesino profesional. Aprendiendo del mejor maestro y convirtiéndose en el mejor de sus alumnos, incluso por encima de los propios hijos de Dupont. Pero, seria Emperatriz Dela Dupont escasos años mayor que él, la que le enseñaría aquel encanto superficial con el que se presentaba al mundo, pese a ser un ser oscuro y sombrío, y aquel poder seductor que tanta fama le dio entre las mujeres.   

No obstante, pese a ser criado como uno más, con la muerte de Frederick Dupont, caído en un tiroteo con la policía; William Cody fue relegado por los demás hijos y miembros de la familia Dupont, a ser un asesino más. Ante ese panorama tan poco claro, vino en auxilio Emperatriz, quien le propuso el negocio de la vida. Uno que, de concretarse, significaría un lucrativo retiró y la posibilidad de emprender una nueva vida, lejos de la autoridad de la familia Dupont. No era nada del otro mundo: enamorar a la heredera de la fortuna de la familia Watson y quitarla de en medio para que Emperatriz Dupont, luego de contraer nupcias con el poderoso industrial John Watson, se quedara con la fortuna familiar. Con lo que jamás conto fue con que, el sería en que, contra todo pronóstico, se terminaría enamorando de la bella, sensual y atractiva heredera.

Previendo esa situación, la noche en la que William Cody, en medio de la fiesta de máscaras que se llevó a cabo en la mansión, en donde no fue capaz de asesinar a Helena; y al ver que la relación con su amante, John Watson se estaba desgastando y acabando en privado, manteniéndose como una fachada en público, Emperatriz Dela Dupont, adelanto la muerte de John Watson. Planeando hasta el más mínimo detalle y no dejando nada al azar, para que el crimen se efectuara sin dejar testigos. Fue así como planeo la cena romántica en el restaurante, cuya ubicación, frente a un edificio, daba un punto de tiro limpio y perfecto a un tirador experimentado como Cody. Como lo planeo, se ejecutó el plan, alejando cualquier sospecha sobre ella. Restaba únicamente dos cabos sueltos, Helena y el mismo Cody.

Para eso, Emperatriz Dela Dupont, ingenio un plan en el que con ayuda de tres de sus secuaces incluyendo a William Cody, secuestrarían a Helena, la matarían y la desaparecían para siempre. Por último, la muerte de Cody no representaría ningún problema, pues sus hermanos se encargarían de ello. Atrayendo al lobo a la puerta de la granja en donde el pastor lo estaría esperando.

Todo se efectuó de acuerdo al plan, días después, Cody desaparecería a Helena de la faz de la tierra. Mostrando como prueba, varias fotos de la mujer, atravesada en la nuca por un tiro de gracia y otra en una fosa desocupada del cementerio central, en donde los gusanos se tragarían su carne hasta desaparecerla para siempre.

Todo marcho bien. La cuartada fue perfecta. Entre lágrimas Emperatriz, siempre se mostró consternada de que su hijastra Helena hubiera desaparecido y que esperaba en silencio su vuelta. Se mostro triste y desperada hasta que la máscara se empezó a desboronar antes sus ojos. Como un castillo de arena que se viene abajo con la lluvia.  

Con la muerte de Helena Watson, Emperatriz Dela Dupont, comenzó a adueñarse, una por una, las propiedades de la familia Watson. Para entonces, todo iba viento en popa. No obstante, todo cambiaria cuando el fiscal que llevaba la investigación del homicidio de John Watson y la desaparición de Helena Watson llamo a testificar a Emperatriz por su presunta participación en ambos delitos. De manera inesperada, la autoridad, le entrego en el despacho una serie de cartas en las que se detallaba acciones y ordenes sospechosas en fechas cercanas a la ejecución de los crímenes. A eso se le sumaba, la firma de una serie de documentos legales que tenían por propósito que ella fuera reconocida con única heredera y dueña de los bienes de la familia Watson, dando por muerta a Helena, aun cuando el cuerpo de la joven nunca apareció y no había evidencia alguna que corroborara su muerte.

Ante este inesperado traspiés, Emperatriz Dela Dupont, responsabilizo a William Cody quien, luego de ejecutar su orden de secuestrar y asesinar a Helena Watson, desapareció del faz de la tierra, sin dejar señales de vida. Seguramente, previendo su propia muerte, el asesino se alejo sin dejar huelas. Pues sabia que, después de consumado el crimen y cumplida su labor en el macabro plan, él sería el siguiente en la lista de Emperatriz Dela Dupont.

Acorralada por las autoridades y con sus anhelos de adueñarse de las propiedades de la familia Watson empantanado y sin la posibilidad de consumarse, por culpa de una orden judicial que dicto el fiscal del caso hasta tanto no se esclareciera la muerte y desaparición de los Watson; Emperatriz Dela Dupont, cometería el error final que hundiría su prematuro imperio. 

Cegada por la ira y llevada por los impulsos y la codicia que no la dejaban pensar con claridad. Llego al cementerio donde William Cody enterró el cuerpo de Helena, con el firme propósito de sacarlo de aquel recóndito lugar y depositarlo en un sitio más concurrido donde fuera encontrado, para de esa manera confirmar su muerte.  

Tenía planeado dejarlo en un lugar solitario y pagarle a alguien, preferiblemente, un vagabundo, para que avisara a la policía sobre el hallazgo del cadáver y así, poder destrabar la entrega de las propiedades de los Watson. En cuanto a William Cody, esperaba que fuera consciente de la acción y de las consecuencias que esta tenía, pues si lo encontraba lo haría sufrir tanto que preferiría estar muerto, antes de seguir sufriendo. 

La noche indicada llego. Era una noche fría, toldada y sin luna; perfecta para hacer el cometido que llevo a Emperatriz Dela Dupont a ese sórdido lugar. La oscuridad y humedad de la noche le proporcionaba el cobijo suficiente y la lluvia le daba la tranquilidad de saber de qué nadie llegaría a fisgonear o interrumpir su cometido. Guiada por las instrucciones que le dio Cody, llego al lugar exacto.

Luego de casi una hora de sufrimiento, en la que sus delicadas manos, quedaron expuestas y sometidas a un ultraje desconocido para ella, Emperatriz Dela Dupont escuchó el sonido hueco del ataúd. Al abrirlo descubrió que, en este no había nada. Solo los restos de lo que algún día fue un ser humano: el cráneo, las costillas y el fémur, casi hecho polvo de un difunto añejo. Pero de Helena Watson, ni señal. Al instante el crujir de la hojas y las ramas la alertaron. Al volver la vista encontró un espectro desconocido que la saco de sus cabales y la hizo paralizar, la voz familiar la alerto de quien se trataba:

-   Me buscabas -dijo Helena con voz apagada de ultratumba, como si estuviera volviendo de entre los muertos- He disfrutado mucho verla cavar en esa tumba vacía.

-       Pero… pero… cómo, si tu estas… -respondió Emperatriz Dela Dupont con la voz quebrada-   

-   ¿Muerta? -Pregunto Helena sacando del gaban una pistola con silenciador- Lamento decirle que los muerto no disparan.

Al tiempo, un sonido amortiguado, casi un susurro, se dispersó pronto en el aire. A menos de cinco metros era imposible que se oyera la detonación. Fue un suspiro. Menos que la caída de una gota de agua en un manantial. La bala atravesó sin dificultad el costado de Emperatriz Dela Dupont quien, dramáticamente dio una voltereta en el aire para luego caer al fangoso suelo. La bala causo una herida mortal y un escandaloso sangrado que mancho la tierra húmeda del cementerio, tiñendo todo a su alrededor, casi del mismo color:

-     Pero… Pero ¿cómo? -preguntó Emperatriz Dela Dupont con las fuerzas que le quedaban, mientras se le apagaba la voz-

De las sombras, junto a unas tumbas, surgió una figura masculina. No tuvo que agudizar la vista para reconocer que era William Cody que, desde allí la veía morir. Sus ojos felinos, brillaban más que nunca y su mueca siniestra se vio clara, como la luna en las noches despejadas.

Emperatriz Dela Dupont no tuvo necesidad de preguntar más para deducir todo lo que ocurrió. William Cody, profundamente enamorado de Helena Watson, decidió traicionarla. No solo, no quiso o no pudo asesinar a Helena, también se confabulo con ella para tenderle una trampa, en la que ella cayo redonda, sin siquiera pensar en tal posibilidad. Claramente, Cody había asesinado a los otros dos sujetos, por lo mismo, estos nunca volvieron a ser vistos. Enceguecida por la codicia ella nunca deparó atención en esa señal de alerta.

Luego de eso, Cody maquillo y fingió la muerte de su amada, tan bien, que ella no vio ningún error o falla que la hiciera sospechar. Finalmente, los dos amantes, se pusieron de acuerdo y planearon el acto final, en el que ella, perdió el juego.

Emperatriz Dela Dupont, cayo de rodillas, con la respiración agitada. Lentamente, sintió que la voz se le apagaba y que los ojos se le nublaban. Tan pesados como si tuviera un profundo cansancio que le demandaba un inmediato descanso. La brisa gélida que le quemaba el rostro, dejo de sentirla hasta que, ya no sintió nada.

Al ver la agónica muerte de Emperatriz Dela Dupont, William Cody, sintió un alivio y una felicidad que nunca antes había sentido. Solo restaba consumar la muerte de los dos hijos restantes de Frederick Dupont para apropiarse de su imperio criminal. con el plan ambicioso de llevarlo de nuevo a lo que alguna vez fue, retomando su lugar en el mundo del hampa, para luego, llevarlo a la nueva era; en la cual, esa modesta empresa familiar, dejaría de serlo, para convertirse en un monstruo de mil cabezas, con tentáculos en todos los países. En escancia, una organización criminal mundialmente conocida y respetada. Todo, con la ayuda y los fondos económicos de su amada Helena Watson.

Con galantería William Cody se acercó a Helena que, aún mantenía en su mano diestra el arma, y tomándola con firmeza de la cintura, la acerco para besarla. Al tiempo que lo hacía, dos detonaciones del arma contenidas por el sonido hueco del silenciador, volvieron a interrumpir la tranquilidad y el silencio de la noche. No fue más que el mortal zumbido de una abeja que pronto se disipo en el viento, lo que hizo volver a la muerte de su merecido descanso. Ambos sintieron como las cálidas gotas de sangre comenzaron a caer inaudibles al suelo provenientes de dos heridas mortales. Con la sangre cayendo a raudales de su abdomen y pecho, William Cody sintió que las fuerzas lo abandonaban rápidamente y que los ojos se le cerraban, llevándose consigo la oscuridad de su ser y la bella imagen de Helena Watson, la única mujer a la que amo, en la memoria:

-     Esto es por mi padre

Dijo Helena enfocando en la oscuridad los cuerpos sin vida de los responsables de la muerte de su padre. Sin remordimiento, Helena guardo la pistola entre sus ropas y dio media vuelta para perderse en la oscuridad de la noche. Llevándose consigo, la satisfacción de aquella que sobrevivió para salir airosa de la contienda…  

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