RELOJ

RELOJ

Por: Jorge Andrés Patiño Merchán – CHACAL NEGRO…

Lo habitual en este lugar olvidado, lúgubre y sin propósito, es obedecer las manecillas del reloj. En cualesquiera que sean las actividades diarias en las que nos ocupemos.

El reloj no es cosa de otro mundo. Si acaso su mejor calificativo fuera, el de ser, un vetusto, oxidado y monótono aparatejo, ubicado en el núcleo de esté lugar. Ya bastante marchito por el andar ininterrumpido e imperceptible del tiempo.

Es enorme y pesado, pese a que, en sus comienzos fuera pequeño y moderno. Un equipo útil para medir el tiempo. Hasta que, éste, perdiera su brillo. Al igual que, el tiempo, su importancia. Fabricado de un fino cobre que se fue negreando con el transcurrir de los días y de las noches. Hasta llegar a convertirse en un objeto viejo y obsoleto, obligado a tener que cargar con el peso de los recuerdos.

Recuerdos fugaces que no impidieron su marcado deterioro. Quizás, lo único predecible del tiempo. Aún más si, en medio de su imparable transcurrir, no se aspiró nunca a incrustarle una lujosa pieza, o por lo menos, hacerle un arreglo que le diera un valor especial. Condenándolo así, a pasar desapercibida, su lúgubre existencia en este lugar. En donde un algo, por ínfimo que fuera, lo hubiese dotado con un contenido distinto, al que deja en el aire, el monótono sonido de sus manecillas. Tic… tac…      

Muchas veces el reloj pasó desapercibido hasta que, comenzó a mencionar, sugerentemente, que estamos vivos. O, peor aún, cuando nos recuerda que, irremediablemente, nos acercamos a la muerte Tic… Tac… No tanto como algo impostergable, sino como un evento necesario e irreversible.

Tic… tac… es el lenguaje que usa el reloj para comunicarse. Y, aunque no requiere de un vocabulario muy amplio ni sofisticado para expresarse, su sonido monótono, que parece más un timbre o un llamado de atención que una sinfonía o una composición musical, dice lo suficiente para ser entendido con facilidad. Pese a eso, entienden demasiado tarde su significado. O, puede que sí lo entiendan. La cuestión es que, no le dan la trascendencia cada vuelta de las manecillas del reloj.

Sin embargo, es innegable que, en este lugar, el reloj tiene una verdadera importancia, pese a que no sea del todo clara. Porque si no fuera así, no sé cómo podría explicar que, en este lugar marchito, cada pausa de la vida cotidiana, la marque el paso del tiempo. Por ejemplo, acá es habitual que, cada sesenta minutos se cesen las actividades diarias por un intervalo de un minuto.

En cada cambio de hora, de manera rutinaria, nuestra gente cesa lo que está haciendo y entra en un aire reflexivo que dura sesenta segundos. Por ejemplo, si los músicos están entonando un hermoso soneto, en el momento en el que, las campanas del reloj, marcan cualquier hora de las veinticuatro que componen un día, estos silencian sus instrumentos por un intervalo de tiempo de un minuto, en el que, quedan prácticamente suspendidos o paralizados, sin siquiera pestañear. Luego, cuando vuelve a sonar el reloj con un minuto de diferencia, reanudan su actividad con normalidad.

Pero no son solo los músicos los que recaen en esa extraña práctica, pues, imaginemos, una ama de casa que está cocinando. Al llamado del reloj, cesa su actividad durante un minuto, así su comida o las ollas se quemen. Eso no importa. De igual manera, pasa si una persona está durmiendo. Tan pronto las campanas del reloj suenan, se levantan de las camas y vuelven la vista en dirección al reloj y así, esperan hasta que pase el respectivo minuto. Cuando pasa, vuelven a dormir. Es así como, cada hora de las veinticuatro que hay, se repite indeterminadamente esta extraña e irracional acción, sin importar la actividad que se esté haciendo o la importancia de la mismas. Siempre viendo en dirección al reloj.

Esto, al igual que el resto de cosas que pasan en este lugar, suceden de alguna manera que no se pueden explicar. Al inicio, puede que lo hagan con una intención o un propósito determinado, sin embargo, con el transcurrir del tiempo, todo se vuelve rutina. Casi una costumbre que se repite de manera inconsciente.

Alguna vez me pregunte sobre la razón de esta extraña costumbre. No obstante, muchos no supieron explicarla. Porque, simplemente, con el correr del tiempo, parar cada hora del día por un minuto, se hizo parte de su cotidianidad. Pese a ser algo irracional que nunca se cuestionaron. Condenándose a volverse, seres autómatas programados para obedecer. Casi como una máquina que esta programada para realizar una acción determinada, sin detenerse a preguntar, si la acción que realizan, tiene alguna importancia o algún sentido.

Otros respondieron, sin demostrar demasiada convicción que ese minuto lo usaban para reflexionar sobre la hora que había terminado y sobre lo que podían corregir en la siguiente. Pero, ¿Tal acción puede ser posible? O, ¿Hasta qué punto, esta reflexión puede ser auténtica, en un principio, para terminar, siendo una simple consecuencia de su rutina? Tal vez, ¿Algo que se fue olvidando con el tiempo, para perder su valor, por su habitualidad?

Muy pocos reconocieron ser conscientes de ello. Argumentando en su favor que lo hacen por necesidad o simple formalismo. Con la única intención de poder encajar en este lugar, hasta que se les volvió rutina.

No hizo falta el que, incluso, manifestó su intención de revelarse en contra de esta extraña costumbre, por considerarla un sin propósito. No obstante, cuando lo intentaron y comenzaron a sentir el repudio de las gentes de este lugar, dedujeron que era mejor, volver a lo habitual. Aunque no entendieran si, tenía o no, sentido hacerlo. Puesto que, era preferible, aguantar ese sin sentido, a verse obligados a soportar el rechazo que les dan las gentes, a los desquiciados, a los locos que actúan diferente en este lugar.

Pero, más allá de eso, como yo me mantuve en mi lugar y firme en mi propósito de no continuar con esta extraña conducta, de la cual, fuimos conscientes cuando, con mis preguntas los hice reflexionar; aún sigo acá, encerrado en el campanario del reloj, esperando que el tiempo termine con mi sufrimiento. Tic… tac…        




 

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